Hay quienes nacen con una zurda mágica, otros con una derecha imparable, pero Marco Van Basten nació con ambas. De chamo en Utrecht, un 31 de octubre de 1964, llegó este muchacho a un hogar donde el fútbol no era ajeno. Su papá, Joop, jugó también, aunque no al mismo nivel. Pero desde chiquitico, Marco ya se veía con madera de crack. Era el tipo de muchacho que agarraba un balón y todos sabían que algo especial iba a pasar. Ahí, en las calles y canchas de su barrio, fue donde empezó a formarse el “Killer” que luego hizo temblar las porterías de Europa.
A los 6 años, ya estaba en las categorías infantiles del EDO Utrecht, su primer equipo, donde empezó a mostrar ese talento innato que lo caracterizó. Tenía algo distinto, y lo sabían. Pero fue en el UVV Utrecht, otro club más grande de su ciudad natal, donde realmente empezó a pulir esa capacidad goleadora que sería su sello más adelante.
El Ajax, el trampolín a la gloria
A los 16 años, Marco ya estaba dando saltos grandes. Su nombre sonaba fuerte en los oídos de los cazatalentos, y no era para menos. En 1981, el gigante de Ámsterdam, el Ajax, puso el ojo sobre él. Y ese fue el verdadero despegue de su carrera. Apenas tenía 17 años cuando debutó con el primer equipo, y lo hizo sustituyendo nada más y nada menos que a Johan Cruyff, uno de los dioses del fútbol. Eso fue como un presagio, una señal de que algo grande estaba por venir.
En su primer partido, Van Basten hizo lo que mejor sabía hacer: gol. Con apenas minutos en cancha, ya la había mandado a guardar. ¡El chamo tenía talento de sobra! En el Ajax, empezó a escribir su leyenda como goleador. El club era su casa, y el césped su dominio. En su estadía allí, que duró desde 1981 hasta 1987, anotó la absurda cantidad de 128 goles en 133 partidos de liga. Un promedio que solo los grandes pueden presumir.
Durante ese tiempo, ganó cuatro ligas holandesas y tres copas, pero lo que más resaltaba era su capacidad para definir de cualquier manera: de cabeza, con el pie, con lo que fuera. Tenía una frialdad tremenda frente al arco, y eso lo convirtió en uno de los delanteros más temidos de Europa. En 1985, ganó la Bota de Oro como el máximo goleador de las ligas europeas, habiendo anotado 37 goles en una sola temporada. Una máquina.
El Salto al AC Milan
El Ajax le quedó pequeño. A pesar de haber hecho historia en los Países Bajos, Van Basten necesitaba probarse en una liga más competitiva, y ahí fue cuando el AC Milan apareció en su vida. En 1987, firmó con el club italiano y se unió a lo que sería una de las eras más gloriosas del fútbol europeo. El Milan de los ochenta y noventa, dirigido por Arrigo Sacchi, era una verdadera máquina de fútbol, y Van Basten era la pieza clave.
La Serie A, conocida por ser una liga durísima, donde las defensas eran verdaderos muros, parecía hecha para Van Basten. Era como si cada defensa, por más ruda que fuera, fuera solo otro reto para él. En su primera temporada, el Milan ganó el Scudetto, pero lo mejor estaba por venir.
Con el Milan, Marco vivió noches mágicas. Ganaron la Copa de Europa (hoy conocida como la Champions League) en dos ocasiones, en 1989 y 1990. Y Van Basten fue clave en ambas finales, anotando goles decisivos y mostrando un nivel de fútbol que lo hacía parecer de otro planeta. No era solo un goleador, era un jugador total: técnica, elegancia, potencia, todo en uno.
La Eurocopa 1988: El Toque de la Inmortalidad
Si hay un torneo que puso el nombre de Marco Van Basten en la eternidad, fue la Eurocopa de 1988. Ese año, con la selección de los Países Bajos, Van Basten hizo una de las actuaciones más memorables de la historia de las competiciones internacionales.
Holanda llegó a la final tras un torneo impresionante, pero el verdadero show fue en ese partido decisivo contra la poderosa Unión Soviética. En el minuto 54, ocurrió una de las cosas más icónicas que se recuerdan en una cancha de fútbol. Un balón cruzado desde la banda izquierda le cayó a Marco, quien, sin pensarlo mucho, lanzó una volea imposible desde un ángulo casi cerrado. El balón voló, y antes de que el portero soviético pudiera reaccionar, ya estaba en el fondo de las redes. Un gol antológico. Con ese golazo, Holanda ganó su primera y única Eurocopa hasta el día de hoy. Van Basten terminó como máximo goleador del torneo, y ese gol en la final quedó grabado como una de las joyas más brillantes de la historia del fútbol.
Las lesiones, el rival más duro
Pero como todo en la vida, las cosas no siempre fueron color de rosa para Van Basten. Mientras más crecía su leyenda, más empezaban a aparecer las sombras de las lesiones. Su tobillo, el cual había sido operado varias veces, se convirtió en su peor enemigo. Por más que luchara, las dolencias seguían apareciendo y limitando su rendimiento.
A pesar de eso, el holandés siguió cosechando éxitos. Ganó tres veces el Balón de Oro (1988, 1989 y 1992), un reconocimiento al mejor jugador del mundo, lo que lo consolidaba como uno de los más grandes de todos los tiempos. Sin embargo, las lesiones eran implacables. Su último partido oficial lo jugó en 1993, en la final de la Champions League contra el Olympique de Marsella. Después de eso, no pudo volver a jugar. En 1995, con apenas 30 años, Marco Van Basten anunció su retiro definitivo del fútbol. Una carrera brillante cortada demasiado pronto.
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Un legado que perdura
Van Basten pudo haber dejado las canchas, pero su nombre sigue vivo en cada conversación sobre los mejores delanteros de la historia. Su elegancia, su capacidad para marcar goles desde cualquier ángulo, su dominio del juego aéreo y su inteligencia en la cancha lo convirtieron en una figura inmortal del fútbol.
Después de su retiro, probó suerte como entrenador, llegando a dirigir al Ajax y a la Selección de Holanda, pero su legado como jugador siempre será lo que más brillará. Marco Van Basten, el «Killer» holandés, dejó una huella imborrable en el deporte, y aunque su carrera fue truncada por las lesiones, su historia sigue inspirando a generaciones de futbolistas.